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El Resplandor Marchito | I. VARPAS, Cap. 1: Noria.

Actualizado: 4 feb 2019

—¡Fragetto! ¡Es hora de trabajar, holgazán! —exclamó el gerente del parque de diversiones, parado frente a Varpas. Estaban dentro de lo que parecía ser el cubículo de él, donde descansaba después del trabajo. —¿Eh? ¿Qué hora es? —¡Ya es mediodía! ¡El parque no podría estar más lleno! ¡Necesito que salgas y hagas tu trabajo, o la gente se aburrirá y se irá! Varpas se levantó y estiró las piernas: —¿En verdad soy tan importante? —preguntó, riéndose. —Vamos, sabes que eres de las atracciones principales de este lugar —respondió el jefe, modestamente. Varpas se agachó, mirando abajo de su pequeña cama individual, buscando sus botas especiales. “Las botas para el trabajo”, como solía llamarles, eran una par resplandeciente de calzado color rojo, con cascabeles en las puntas de los pies que sonaban cada vez que el payaso bailaba eufóricamente. No estaban allí, así que se levantó y buscó en otros lugares. —El dueño del parque vino hace unos días. —¿Ah sí? ¿Y qué te dijo? —Que estás despedido. Varpas encontró sus botas dentro de su pequeño armario, donde guardaba más que nada disfraces para ocasiones especiales y eventos temáticos en el parque. Estaban increíblemente limpias, pero las suelas desgastadas dejaban ver que no era un calzado nuevo, sino uno muy bien conservado. —Qué humor tan exquisito tienes, Joe… Me dejas boquiabierto —respondió Fragetto, mofándose. —Dijo que pondría una nueva atracción. “La casa de espejos mágica de Wieverland”... Un nombre ridículo sin duda —dijo el gerente, analizando el cubículo y notando lo bien organizado que estaba pese al limitado espacio—, pero podría arrebatarte el puesto, amigo. Varpas se colocó las botas. El rojo brillante de ellas era prácticamente idéntico al que poseía en su pelaje, haciendo lucir el calzado como una extensión de su cuerpo. —Ja, ja. ¿En serio lo crees? —Señaló el espejo que tenía en su vientre—. Nadie posee lo que yo, no hay ningún espejo que se iguale al mío, Joe. Ninguno. Joe observó el espejo de Varpas y observó dentro de él una imagen tan realista que pareciera que se encontraba allí. Él, su esposa y sus dos hijos se encontraban en un día de campo, comiendo deliciosos sándwiches y jugando a la pelota. —Catherine... —musitó el gerente. —La extrañas, ¿no? Mucho. Pero no más que Noah y Vicky. Cada vez que me preguntan por su madre algo se quiebra dentro de mí, viejo. —Descuida —respondió sonriendo—, mientras yo siga aquí podrás verla todos los días. Es por eso que ninguna casa de los espejos de “magicolandia” se igualará a este espejo. Los dos amigos se vieron fijamente por un par de segundos. Joe se sacudió y habló: —Basta de hablar del pasado. ¡Es hora de que salgas a trabajar! —exclamó, tratando de dejar de hablar de ese tema que tanto le dolía. —Está bien —dijo Varpas, suspirando—, solo por ti amigo. —No mientas, te encanta convivir con los niños. —¡Pero más a ti, Señor Peluchín! ¡Deja de comer tanto shabut o vas a explotar! —exclamó Varpas haciendo una voz chillante y graciosa, y dándole una palmada en el estómago a su amigo. Posteriormente salió de su cubículo. La luz del sol lo deslumbró un par de segundos, pero continuó su camino hasta llegar a la plaza principal del parque.




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