El Resplandor Marchito | I. VARPAS, Cap. 3: Montaña Rusa.
- Leo Meneses
- 30 ene 2019
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 4 feb 2019
Varpas dio un paso al frente. Se encontraba dentro del túnel de espejos. Al estar las luces apagadas, la única luz que iluminaba aquella habitación era el tenue resplandor de las lunas. Dejándose guiar por su tacto, Varpas recorrió un corto tramo del laberinto de espejos, hasta que se perdió cualquier haz de luz visible que pudiese haber. Todo estaba en completa oscuridad. Varpas suspiró. Su corazón latía un poco más rápido, se supone que él no debería estar allí. «No, no. Esto fue una mala idea», pensó: «Tengo que salir de aquí». Trató de utilizar la misma táctica para abandonar el lugar, pero lo único que logró fue adentrarse más. Se escuchaba un profundo silencio. Tan callado que era perturbador. El payaso palpó con sus manos su entorno, y encontró que arriba de él había una especie de ventanilla de ventilación. «¡Perfecto! Abriré esto y saldré de aquí», dijo en su mente mientras propinaba un par de golpes al techo del lugar donde se encontraba. Con cada golpe que daba, la ventanilla se abría cada vez un poco más. —Ya, ya ca-si —pujó, mientras hacía su mayor esfuerzo para abrir ese ducto en la completa oscuridad que lo rodeaba. Por fin, la ventanilla se abrió, permitiendo el paso a la luz. El resplandor de las lunas cayó todo sobre Varpas, y por un segundo, pudo verse al espejo. Sus ojos amarillos brillaban a la luz de las lunas. Al mirar su reflejo tan fijamente, se percató de que casi nunca se había mirado a sí mismo; algo irónico para alguien que poseía un espejo adherido a su cuerpo. Miró su vientre. Lo miró con detenimiento, se veía negro. —Hola, Varpas. —¿Eh? ¿Quién dijo eso? —preguntó Fragetto en voz baja, asustado. —Soy yo, tu mejor amigo. —¿Joe? —No. Ya te lo he dicho, tu mejor amigo. Tu mayor cómplice. —L-lo siento señor, pero no sé de qué está hablando —respondió Varpas, girando su cabeza alrededor de sí mismo, tratando de localizar al individuo que le hablaba. —Vamos, no te hagas el tonto. Sabes quién soy. Sé que lo sabes, porque yo lo sé. Varpas miró a su espejo, y observó que lo que parecían ondas recorrían esa parte de su cuerpo. —Me conoces desde hace mucho, mucho tiempo. Llevamos una relación íntima desde que tienes memoria. Sé todos tus secretos, y tú sabes los míos. —C-creo que me estás confundiendo con alguien más… La misteriosa voz rió a carcajadas. En el espejo de Varpas las ondas empezaron a concentrarse en el centro, hasta que dejaron ver una imagen diminuta. La voz se hizo más potente. —Estoy siempre cerca, aunque tú me escuches lejos. Estoy siempre allí para ti, para mantenerte a salvo, Varpas. Para mantenerte vivo. Soy tu guardián, tu protector. —Yo, yo n-no comprendo. La imagen en su espejo iba creciendo cada vez más. Una silueta gris y marrón se observaba a lo lejos. —Tú y yo siempre hemos sido muy cercanos. He sido el único que no te ha abandonado a lo largo de tu vida. Mientras tus padres se iban, mientras tus amigos te abandonaban, yo siempre estuve allí, contigo. —¡Tengo los amigos que necesito! ¡Y-ya lárgate de aquí! La adrenalina dentro del cuerpo de Varpas era tanta que sus ojos comenzaron a acumular lágrimas, y sus manos y piernas comenzaron a temblar. —¿Lo ves? Parece que me estás recordando. Podemos sentirlo… La silueta empezaba a definirse más y más. No era ni gris ni marrón, era blanco y rojo. —Soy tu mejor aliado. Juntos hemos logrado cosas inimaginables, y si permanecemos así, seremos invencibles —En el espejo, se observaba el rostro de Varpas, sonriendo—. Me conoces. Soy simplemente yo… Varpas se echó para atrás de golpe, chocando con un espejo tan fuertemente que lo rompió, haciéndose heridas leves en la espalda. Sin embargo, la imagen en su espejo prevalecía. —Soy tus miedos, Varpas. Tus pesadillas. Tus más grandes temores, amigo mío. El rostro en el espejo era bizarro. Sus brillantes ojos amarillos se tornaron negros… Sin notarlo, los de Varpas también lo hicieron. Varpas cayó inconsciente.

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