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El Resplandor Marchito | I. VARPAS, Cap. 2: Carrusel.

Actualizado: 4 feb 2019

Habían pasado ya un par de meses desde el anuncio de la nueva atracción, y “La Gran Casa de Espejos Mágica y Extraordinaria de Wieverland” por fin se había inaugurado. —Decidieron cambiar el nombre, después de todo —comentó Varpas, aplaudiendo mientras el dueño y la mascota del parque (una gran botarga de groinko rosado y amarillo) cortaban el listón rojo que cubría la entrada de la atracción con unas tijeras enormes. —Sí, lo hicieron. Por uno grandiosa y extraordinariamente más estúpido —replicó Joe, el gerente del parque, mientras reía nerviosamente—. Espero que tarden, por lo menos, más de cinco minutos en llamarme cuando abran esta cosa; el número de accidentes que habrá aquí… —¡Ja, ja! ¡No puede ser tan malo! —dijo Varpas, animando a su amigo. Al parecer se había equivocado. Un par de semanas después la atracción seguía tan llena que había filas enormes frente a su entrada, las cuales podían durar incluso horas. Como era de esperarse, Joe tuvo una sobrecarga de trabajo durante ese periodo, y Varpas todo lo contrario; al parecer un vestíbulo lleno de espejos ondulados y un túnel repleto de estos mismos sí habían logrado superar al “espejo de la felicidad” de Varpas Fragetto. «Supongo que todo es reemplazable», pensó Varpas, «, todo es reemplazable y nadie es especial, o único en realidad. Eso debe ser». Al llegar la noche, la luna llena brillaba intensamente. El parque cerraba sus puertas y Joe por fin podía darse un respiro. Varpas se encontraba en la entrada de su cubículo, sentado, mirando el cielo nocturno. Joe se dirigía al suyo para dejar sus cosas de trabajo allí dentro cuando vio a su amigo, solitario. —Que día tan pesado, ¿eh? Desde hace días este parque se ha vuelto un infierno —dijo Joe, para romper la tensión. —Solo para ti, hermano. A mí ya casi nadie me visita, y eso es mucho decir ya que siempre me encuentro en la plaza principal del lugar. —Oh, lo siento mucho —El gerente colgaba su corbata colorida y su sombrero en un un perchero que guardaba en su cubículo; se colocó una boina gris en la cabeza. Esas pequeñas habitaciones eran tan pequeñas que se alcanzaba a escuchar perfectamente desde adentro hasta la otra—. Pero no estés triste, el que la gente no valore tu trabajo no significa que valgas menos. Tú sabes que eres una gran persona, no dejes que actitudes negativas cambien eso en ti. Ya verás que en un par de días por fin se aburrirán de esa estúpida casa con estúpido nombre y todo volverá a la normalidad. Varpas soltó un suspiro largo y profundo. —Eso espero… —Miró sus botas; ya no se encontraban relucientes como siempre— De verdad que sí. —Además, ¡tu sueldo no ha disminuido, jaja! Joe terminó de arreglarse, apagó la luz de su cubículo y cerró la puerta de la habitación con llave. Suspiró levemente. —Hasta mañana, amigo. Que descanses. —Gracias, Joe. Diles a los niños que el tío V. les manda saludos. Joe asintió con la cabeza, guardó las llaves en el bolsillo de su abrigo y se fue caminando del parque, silbando una alegre melodía. Varpas estaba solo. Si no fuese por Joe, probablemente habría entrado en depresión. No era por el reconocimiento o valor que tuviese él mismo, ni siquiera la paga, sino que su motivación para vivir —el convivir con la gente y hacerlos felices— se estaba desvaneciendo. «¿Qué tiene de especial ese lugar?», pensaba. Esa idea permanecía dando vueltas en su cabeza desde que abrieron la atracción al público. De pronto, surgió una idea: si lograba emular el efecto de la casa de espejos en su propio espejo, la gente no tendría la necesidad de acudir al lugar. ¡Era perfecto! Aprovechando la soledad del lugar, se dirigió a la entrada de la atracción. Estaba cerrado. «¡Demonios!», dijo en su mente, frunciendo el ceño a la vez que el pensamiento pasaba por su cabeza. «Tendré que entrar por la puerta trasera». La entrada principal daba al vestíbulo de espejos ondulados, así que al entrar se toparía con el laberinto de espejos. Giró la perilla de la puerta y dio un paso adelante para entrar.




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