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El Resplandor Marchito | I. VARPAS, Cap. 4: Carnaval.

Varpas abrió los ojos. Se encontraba en un hospital.

No, no era un hospital. Era la enfermería del parque de diversiones.

Tenía vendas alrededor del cuerpo, cubriéndole todo el tórax. Estaba cubierto hasta la cintura por una sábana de color azul. La camilla era rígida, incómoda. La almohada de igual manera. El lugar estaba algo descuidado, para ser la enfermería de un lugar donde es común que se presenten accidentes a menudo.

Alguien entró con un par de globos, seguido de dos siluetas más pequeñas. Varpas veía borroso, por lo que se masajeó los ojos durante un par de segundos.

—¡Hola tío V.! —exclamó una de las dos siluetas.

—Varpas, hola —dijo la otra.

Eran Victoria y Noah, respectivamente. Los hijos de Joe, quien estaba parado detrás de los dos niños.

—Amigo, ¿qué hiciste? Casi me infarto cuando te encontré tirado dentro de ese lugar.

Varpas no podía hablar. Sólo balbuceaba.

—Descuida. No te fuerces, lo que necesitas ahora es descansar.

Joe hizo un gesto con la mano, y Noah salió con Vicky de la enfermería, tomados de la mano.

El espejo de Varpas estaba cubierto un poco de arriba, por las vendas, y de abajo por la sábana. Joe se sentó al borde de la cama, atando los globos al piecero de la camilla.

—Cuando le conté a los niños lo que había sucedido, Vicky quiso venir a verte enseguida. Noah la trajo, sabes que no vivimos muy lejos, y él ya está por cumplir diecisiete años… —acomodó los globos de tal manera que se pudiese leer lo que en ellos estaba escrito—. Ellos los hicieron antes de venir aquí. De verdad te quieren mucho, aunque no lo parezca.

«Te kiero mucho tío Vappas» y «Mejórate pronto» era lo que en los globos metálicos, llenos de helio, estaba escrito.

—El médico dice que pronto estarás bien. Al parecer las heridas en tu espalda no son muy graves, y podrás volver al trabajo en un par de días, con los debidos cuidados.

Varpas, por fin, logró escupir un par de palabras.

—¿Para qué?

—¿Eh? ¿Qué dices, amigo?

—¿Para qué? —Su voz se escuchaba diferente, cosa a la que Joe no le prestó atención, pues pensaba que era provocado por el golpe que había recibido apenas unas horas atrás.

—¿Para qué volver? —respondió, recuperando la habilidad del habla poco a poco—. No me necesitan, y yo no los necesito a ellos.

—¿De qué estás hablando? ¡Eres de los trabajadores más famosos de por aquí! ¡Eres toda una atracción del parque! ¡Todos te quieren mucho por aquí!

El espejo de Varpas comenzaba a ondear de nuevo, pero Joe no lo notó debido a que estaba cubierto.

—No. Ya no me necesitan. Me reemplazaron. Y yo no tengo necesidad alguna de alegrar su miserables vidas.

—Amigo, ¿te encuentras bien? Creo que estás algo cansado, yo…

—No. ¡NO! ¡NO NO NO NO NO! —gritó fuertemente Varpas.

Noah entró, acompañado de su hermana detrás de él, alterados por el escándalo.

—¿Todo bien, papá? ¿Tío Varpas? —dijo Noah, mientras caminaba lentamente hacia ambos adultos, tomando de la mano a su hermana.

Fragetto se levantó de la cama, dejando ver más de la mitad de su espejo; las vendas se iban cayendo poco a poco. Joe también se paró, y retrocedió hasta coincidir con sus hijos.

Varpas abrió los ojos de par en par, luciendo sus inquietantes pupilas amarillas en medio de toda la negrura que las rodeaba. Era una mirada fría, sin amor, sin calidez, sin vida. La mirada de un animal, de una bestia. La mirada de un monstruo.

—Miren a través de mi espejo, niños. Sé que les encanta hacerlo…

Pese a que su padre, alterado, les dijo que no, los niños instintivamente miraron a través de aquella superficie que reflejaba, tiempo atrás, sus más grandes sueños y alegres ilusiones. Inconscientemente, Joe miró el espejo también.

La familia iba en un automóvil, era de noche y estaba muy oscuro. No, no era la familia. Eran solo los adultos, responsables de sus vidas. Iban discutiendo. Catherine y Joseph se encontraban discutiendo acerca de la situación familiar. No eran del todo felices, así que discutían ante la menor provocación. Discutían, discutían, y discutían. Y esta vez lo hacían dentro del automóvil.

Joe iba al volante, siempre mirando al frente pero exclamando palabras a diestra y siniestra. Catherine iba a un lado, en el asiento del copiloto, mirando fijamente a Joseph, reprochándole acerca de diversos problemas que se suscitaban en la familia en aquel entonces. Joe a veces llegaba tarde a casa, Catherine no sabía por qué; y eso le inquietaba. Joe, honesto como siempre, le respondía que ser gerente de un parque de diversiones no era fácil, pero Catherine no le creía del todo.

La discusión se intensificó cuando salió a relucir el tema del tiempo. El tiempo que pasaba en el trabajo, el tiempo que de vez en cuando desperdiciaba yendo a cantinas o bares con sus amigos, el tiempo que invertía en otros asuntos ajenos en la familia. Y el tiempo que no le daba ni a sus hijos, ni a ella. Según Joe, todo lo que hacía lo hacía por el beneficio de su familia, pero Catherine insistía en que existían otras formas de generar ingresos sin tener un trabajo de doble turno.

Un camión con un faro descompuesto se acercaba a ellos en dirección contraria.

Joe se distrajo por un segundo, preso de sus viscerales pensamientos. Miró a Catherine a los ojos; los ojos de su esposa. La mujer con la que años atrás había decidido formar una familia. Una bella familia. Los miró fijamente. Hermosos ojos color verde, como un par de valles hermosos. Un par de valles que reflejaban una luz. No dos, solo una. La de un faro. Aquella última vez que esos dos valles reflejaron algo.

Hubo un impacto.

Joe despertó en el hospital, en lo que parecía ser la sala de emergencias. A lo lejos, a través de un cristal, observó a sus hijos sentados. Un poco más cerca estaba la hermana de Catherine; Samantha. Estaba llorando. Un doctor la intentaba consolar, mientras los niños, desde lejos, confundidos, no entendían que era lo que estaba sucediendo.

A su derecha había únicamente otra camilla. Catherine.

Los niños se encontraban llorando desconsoladamente. Joe tenía los ojos repletos de lágrimas cristalinas, y saladas. Varpas miraba a su amigo a los ojos. No, ya no era su amigo.

El llanto de Vicky era el que más se escuchaba en la habitación. Joseph tragó saliva, extendiendo sus brazos para proteger a sus hijos.

Varpas dio media vuelta y se retiró del lugar, dirigiéndose a la plaza central del parque temático.

Un par de semanas después, no había ni un alma que se atravesara por ese lugar. En medio de ese ambiente lúgubre y tétrico, dos destellos amarillos deambulaban entre la neblina.




 
 
 

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